La situación derivada de la última (demasiado mencionada) crisis nos ha dejado un cambio en el paradigma asegurador. Hay un clima general en el que los individuos estamos francamente preocupados no solo por sus bienes sino también por su salud y la de quienes los rodean. En épocas boyantes -en términos sanitarios- eran pocos los españoles que contrataban un seguro de vida, por ejemplo. La pandemia cambió eso. A pesar de todo esto, los españoles siguen considerando que los seguros no son un instrumento financiero útil (el 60% de la población lo considera un mal producto y poco o nada rentable según su perfil). La generación de riqueza de este tipo de instrumentos puede ser motivada, a su mala fama. Los seguros se siguen viendo como un gasto asociado a un bien (más o menos preciado).
Lejos de pretender cambiar mentalidades, hay que romper una lanza en favor de esta y otras muchas fórmulas de inversión de la industria aseguradora y de su capacidad para impactar de manera positiva en la sociedad. Pero no en la manera que se piensa. Los seguros van mucho más allá de la creación de más capital o de la capitalización del existente, van de equidad social y solidaridad.
Uno de los conceptos que más recuerdan a ese principio primigenio del seguro es la mutualidad. Pero no concebida como antaño, sino en sus nuevas fórmulas. Ese sentido social que se ha desvirtuado con el paso de los años, especialmente desde finales del siglo pasado. En muchas ocasiones los avances tecnológicos han ayudado a recuperar parte de esos principios originales sustituyendo labores manuales por procesos de digitalización, dejando más espacio a nuevas y mejores formas de colaboración. Uno de mis ejemplos favoritos es Lemonade. Esta insurtech nace con el objetivo de cambiar las relaciones preexistentes entre clientes y aseguradoras para hacerlas más ambles y dotarlas de un significado social. La idea es sencilla: si el cliente no presta ningún incidente durante el ejercicio la compañía dona hasta un 40% de la prima del seguro a una causa social previamente elegida. Las primas de los seguros éticos como Lemonade alcanzan los 1.630 millones de euros en nuestro país, con más de 4,4 millones de pólizas contratadas1. La mayoría se destinan a deuda pública y privada (84%).
Los seguros nacen como un paracaídas ante la caída libre de una economía familiar o corporativa, proteger aquello que verdaderamente importa. Mitigan pérdidas económicas (o en el peor caso, humanas) y ayudan a entidades e individuos a recuperarse. Esto ayuda al crecimiento económico macro y micro, traspasando la capacidad de gestionar esa incertidumbre o hipotético riesgo a otros entes más solventes. Bajo esa lógica, el ser de los seguros es bastante lógico y simple. Entonces, ¿de dónde proviene la mala fama del sector asegurador? ¿Tienen capacidad efectiva y valor social? El valor económico se ha puesto en numerosas ocasiones en duda, quizá por los precios de las pólizas o las limitaciones contractuales a la hora de ejecutar los derechos del cliente pueden ser las razones de la mala prensa de la industria aseguradora. En ocasiones olvidamos que la contratación de un seguro no es un gasto sino una “previsión de gasto”: actuarialmente no es rentable, pero si llegase la ocasión, sería mucho más económico (y sencillo) acarrear con las pérdidas pasadas que hacer frente a una pérdida mayor en el futuro. Este es uno de los mayores beneficios que tienen los seguros desde el punto de vista económico, alivian la presión que ahoga a las personas y compañías que no podrían hacer frente y reparten las pérdidas: el principio de solidaridad más puro.
¿Qué ocurriría en un hipotético caso en el que la sociedad renegase del sector? Que parte de esa solidaridad construida a lo largo de los años quebraría. Se desvirtuaría el valor social del seguro y subiría el precio así que, aunque los eventos desafortunados fueran menos frecuentes, sería más caro hacerles frente. De ahí que la propia pertenencia al grupo de personas que tienen un seguro sea la misma razón por la que se debe mantener: mientras todos nos encontremos en el mismo barco, seguiremos remando en la misma dirección y los seguros seguirán manteniendo su labor social.