246 billones de dólares, eso es lo que estima un estudio elaborado por el Instituto Valenciano de Investigación en Inteligencia Artificial de la UPV que generará la IA en 2030. La IA se ha expandido con tanta rapidez y virulencia que muchos profesionales de varios sectores ven peligrar sus puestos de trabajo. El estudio demuestra que los beneficios de la IA son “evidentes” para compañías y espacios sociales, pero no duda recoger también un decálogo con “buenas prácticas” para evitar los usos inadecuados de esta tecnología. Lejos de cuestionar si el conjunto de la sociedad está o no preparada para la incorporación de una innovación de este calado, cabría preguntarse si la IA se va a desarrollar con la misma profundidad en todos los sectores y capas poblacionales.
Aproximadamente el 40% de las aseguradoras en nuestro país cuentan con alguna implantación básica de algún tipo de IA (reconocimientos faciales o por voz, imágenes, análisis predictivo o deep learning) pero no consiguen ponerla en producción para prestar sus servicios, seguramente, por el escaso desarrollo y el panorama regulatorio que condena al seguro a estar en un escenario diferente al sector financiero. La IA se usa, pero en su concepción más simplista -aunque práctica- un 71% de las compañías de nuestro país la emplean para reducir sus costes de producción a través de la automatización de procesos repetitivos. Si, algo así como arrastrar las fórmulas en Excel.
La reticencia de usuarios y clientes
Lejos de ver la IA como aliada, hay quien todavía reniega de las aplicaciones prácticas que puede tener en sectores como el asegurador. Lo cierto es que puede ser realmente útil para procesos de suscripción o tramitación de siniestros, pero también para gestionar datos, tomar decisiones más eficaces y ahorrar costes.
La mano regulatoria
¿Cómo aplicar la IA en el seguro?